Figura del mercado de arte argentino.
Por Ignacio Gutiérrez Zaldívar
Es quizás la vida más aventurera y versátil de nuestro arte. Hay una dinastía de pintores Koekkoek desde el siglo XVII hasta el nacimiento de Stephen Robert en Londres en 1887.
Fueron 17 destacados creadores en la familia. Eran de origen holandés, pero el padre tuvo problemas de falsificaciones en su país y se fue a vivir a Londres, donde continuó pintando bajo un seudónimo.
Su hijo con 22 años, y con los conocimientos en pintura que le brindó su padre, vende todo y con alma aventurera se va a vivir a Lima donde un cuñado trabajaba en minería, que era la actividad que quería desarrollar.
Luego se radica en Valparaíso, Chile y sin éxito en la minería se dedica a pintar ya que había algunos compradores de arte en la ciudad.
Viaja a Mendoza en 1915 con la idea de conseguir alguna concesión minera y tampoco tiene éxito. Así que continúa con la pintura y se casa con la hija del pintor mendocino Azzoni. Al año siguiente realiza su primera exposición en Buenos Aires y comienza un rotundo éxito. Sus obras se vendían fácilmente e incluso eran motivo de inspiración para jóvenes futuros artistas como Benito Quinquela Martín. También expone regularmente en Montevideo.
A partir del suicidio de su mejor amigo en su casa de Banfield, el poeta Claudio Alas, comienza un consumo desmedido de ginebra y de estupefacientes que lo llevan a la demencia y a la internación en el Hospital Borda.
Fue tremendamente prolífico, estimo en más de 12 mil obras, las que realizó en tan sólo 20 años.
Sus primeros trabajos eran sobre lienzo y con el correr de los años utilizaba como soporte la madera, incluso solía vivir en hoteles o alberges, de los que era expulsado por no pagar las cuentas, así que previamente hacía un “vaciado” de su habitación y retiraba las maderas de los cajones e incluso puertas y sobre ellas pintaba.
En 1924 la comunidad británica le paga una fortuna para que pintara una obra en honor del Príncipe de Gales que nos visitaba, se comenta que la realizó en una sola noche y se tituló “Naos en Sol de Mayo”. Al año siguiente una familia amiga de Chivilcoy lo lleva a vivir con ellos al campo para alejarlo de las drogas, pero sin éxito, incluso se comenta que el mayor tenedor de obras de Koek, era el farmacéutico del pueblo…
Tenía su marchand personal: Carlos Orero, con quien realizó numerosas exposiciones en todo el interior del país, y el último día remataban o sorteaban las obras que no habían tenido comprador.
En el Banco de la Ciudad de Buenos Aires se remató un objeto que había quedado en prenda, era un baúl con 140 obras pintadas a mano y firmadas Koekkoek.
Es el personaje perfecto para una novela o una película. Sus obras son muy disputadas, cerca de 100 se ofrecen todos los años en subastas porteñas y de Montevideo, sus mayores valores rondan los 50 mil dólares y también hay obras pequeñas que se venden en 500 dólares.
Sus obras con Cardenales son las más reconocibles, también lo son las obras de Fragatas y Puertos, y aquellas que recuerdan a los temas de playa de Sorolla.
Hombre singular, apasionado y genial, falleció en Santiago de Chile en 1934.